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El cumplimiento responsable en nuestra labor humana, sea cual fuere, se regiría por principios como:
- Reconocer y responder a las propias inquietudes y las de los demás.
- Mejorar sin límites los rendimientos en el tiempo y los recursos propios del cargo que se tiene.
- Reporte oportuno de las anomalías que se generan de manera voluntaria o involuntaria.
- Planear en tiempo y forma las diferentes acciones que conforman una actividad general.
- Asumir con prestancia las consecuencias que las omisiones, obras, expresiones y sentimientos generan en la persona, el entorno, la vida de los demás y los recursos asignados al cargo conferido.
- Promover principios y prácticas saludables para producir, manejar y usar las herramientas y materiales que al cargo se le confiere.
- Difundir
Ámbito jurídico
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El uso jurídico de la palabra proviene de poco antes de la revolución francesa, por influencia del inglés. El término habría aparecido en el Derecho Constitucional inglés.
Así, la responsabilidad en sentido jurídico debe entenderse, desde la perspectiva de una persona que ejecuta un acto libre, como la necesidad en la que se encuentra la persona de hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.

La
responsabilidad.

Es una
perogrullada afirmar que todo lo que se ha hecho en la historia del mundo es
obra de alguien; alguna persona ha ejercido algún poder para hacerlo. Nuestra
parte de responsabilidad por lo que hacemos individualmente o en concierto con
los demás varía con las estructuras sociales y políticas dentro de las que
obramos, pero en general aumenta con la madurez. Fue un Adán inmaduro el que
culpó a Eva al descubrir que había comido el fruto prohibido en el Jardín del
Edén, y fue una Eva inmadura quien a la vez culpó a la seductora serpiente:
“¡Ella me instó a hacerlo!”. Esta frase refleja un drama arquetípico que se
representa en cada generación, cuando los hermanos y compañeros de juegos deben
responder de sus travesuras.
Pero no termina
allí. Esta inmadurez también se prolonga inadvertidamente entre los adultos.
Casi todos tienen excusas cuando las cosas salen mal. Entre los políticos, es
común utilizar formas impersonales para evitar la culpa. “Se cometieron
errores”. Pero nadie se desvive por asumir la responsabilidad, aunque no
escasean las personas dispuestas a llevarse los laureles por un proyecto que
anduvo bien; una conocida máxima, sin embargo, recuerda a las personas que
ejercen la función pública que “se puede hacer mucho bien si no importa quién
cosecha la gloria”.
En definitiva,
somos responsables por la clase de persona que hemos hecho de nosotros mismos.
“Es mi modo de ser” no es excusa para una conducta desconsiderada o ruin. Ni
siquiera es una descripción atinada, pues nunca somos así inevitablemente. Como
señalaba Aristóteles, llegamos a ser lo que somos como personas mediante las
decisiones que tomamos. La filósofa inglesa Mary Midgley señala que “el
argumento más excelente y central del existencialismo es la aceptación de
responsabilidad por ser lo que hemos hecho de nosotros mismos, el rechazo de las
excusas falsas”.
Soren
Kierkegaard, predecesor del existencialismo en el siglo XIX, deploraba el efecto
nocivo de las multitudes (rebaño) en nuestro sentido de la responsabilidad. “Una
multitud es de por sí inauténtica, dado que vuelve al individuo impenitente e
irresponsable, o al menos reduce al mínimo su sentido de la responsabilidad”. En
sus Confesiones, San Agustín hizo de esta disminución de la
responsabilidad ante la presión de los pares un rasgo central de su meditación
sobre el vandalismo de su juventud, “todo porque nos avergonzamos de abstenernos
cuando otros nos incitan a participar”. Pero insistía tanto como Aristóteles y
los existencialistas en reconocer la responsabilidad personal por lo que había
hecho. Un sentido débil de la responsabilidad no debilita el hecho de la
responsabilidad.
Las personas
responsables son personas maduras que se hacen cargo de sí mismas y su conducta,
que son dueñas de sus actos y dan cuenta de ellos, responden por ellos. Para
fomentar la madurez y la responsabilidad en nuestros hijos, debemos valernos de
los mismos recursos que utilizamos para cultivar otras características
deseables: la práctica y el ejemplo. Las tareas domésticas, las tareas escolares
y otras actividades contribuyen a la maduración si el ejemplo y las expectativas
de los padres son claros, coherentes y acordes con las aptitudes que el niño
está desarrollando.
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